Por Emilio Rodríguez Demorizi
Del Padre de la Patria se sabe que para serlo fue, ante todo, maestro.
Enseñó con la palabra y el ejemplo, guió, educó, y así ganó para su causa los discípulos que le siguieron devotamente en la creación de la Trinitaria y en las actividades que culminaron en la proclamación de la República.
Sin instrucción –decía Emiliano Tejera— “no hay ciudadanos verdaderamente libres. Duarte trató de que sus compañeros se elevasen a la altura del destino que estaban llamados a cumplir, y en esta tarea fue ayudado eficazmente por el presbítero Gaspar Hernández, peruano instruido que continuó la obra de los Cruzados, Moscosos, Valverdes y Cigaranes. También los hizo ejercitarse en las artes de la guerra, para que luchasen sin desventajas con el enemigo que tenían que combatir”.
Los libros que fueron del Patricio, de los que aún se conservan algunos y asimismo aquellos de los que solo queda el recuerdo, son testimonios por demás elocuentes de su aprendizaje y de su magisterio.
La nación dominicana fue, pues, la obra de su magisterio ejemplar. “Mentor y Maestro de sus ilustres compañeros”, le llamó el historiador nacional García.
Pero, ¿qué enseñaba Juan Pablo Duarte? ¿A qué disciplinas consagraba su mesiánico verbo, su iluminante espíritu?
La filosofía, en primer término: y luego las matemáticas, signo de la seriedad de su enseñanza y asimismo de la solidez de su cultura, oreada al fecundante Sol de sus viajes y en los azules aires del Mediterráneo, mar de la sabiduría, en cuya orilla hizo su más largo aprendizaje.
A lo que se conoce del sin par magisterio del Fundador agreguemos ahora una nueva noticia, tan sugestiva por sí misma como autorizada por su procedencia: de un trinitario, de un entrañable amigo y discípulo de Duarte, el poeta Félix María Del Monte, de cuya amistad hay constancia en las memorables cartas que ellos se intercambiaron por el año de 1865. En su carta a Del Monte como en todo su apasionado epistolario, Duarte revelaba que era varón de consejo, como todo buen Maestro. “Patricio que como Maestro y como Apóstol concibió y propagó la Idea de la Separación”, decía Del Monte, en 1884, ante sus sacros restos.
Y qué grato comprobar que el magisterio de Duarte no se limitó a la alta cultura, a la filosofía y a las matemáticas, sino que, en máximo gesto mesiánico, bajaba a la más humilde enseñanza, a las primeras letras. Basta recordar que enseñó a leer y a escribir a Juan Alejandro Acosta, convirtiéndose en uno de sus más adictos compañeros de proceridad.
Entre viejos papeles del pasado siglo que fueron del tradicionista César Nicolás Penson, hallamos el apunte de un breve y sustancioso diálogo sostenido entre él y su amigo Del Monte, tan breve que hasta nos desconsuela, porque era mucho lo que el poeta habría podido decir de la escuela de Duarte. Pero, al menos, la palabra tiene la virtud de multiplicar sus resonancias cuando la desborda el contenido. La escueta página de Del Monte –que es la palabra viva de un trinitario y también la palabra de Duarte—vale así por muchas páginas:
Hablan Duarte y Del Monte, y Penson hace de apuntador:
“D. Félix Ma. Del Monte: Duarte le inició en la famosa Trinitaria, y le decía:
–Mira, hijo, este círculo (dibujándolo): este es el centro y estos los radios. Cada extremo de un radio representa un miembro de la Asociación que debe iniciar dos, sin que sepan del centro ni de los demás grupos o radios. Si hay traición, perece uno; pero la Asociación sigue incólume.
Otras veces le decía:
–Aprende matemáticas.
–¿Para qué?: yo aborrezco los números.
–Es necesario que aprendas eso, y empezarás por el álgebra (recuérdese que el insigne prócer fundador de la República enseñó matemáticas a sus compañeros para prepararlos a la guerra debidamente, porque todo lo previó).
–¡Unjú! Te he dicho que sería inútil.
Duarte no hacía caso, y le espetó unas lecciones a su amigo.
Este le replicaba:
–¿Ves esa lección? Dentro de quince días ya no sabré jota.
Y así era.”
Tan escasas son las noticias de la Trinitaria, llegadas a nosotros, que este breve apunte de Penson es de valor incalculable.
En Barcelona –escribió García en 1884—Duarte “estudió latinidad con perfección, dio un curso completo de filosofía, aprendió matemáticas, y en humanidades se puso a grande altura… De regreso en la patria buscó en la trasmisión de los conocimientos que poseía la manera de atraerse la juventud; y no solo se asoció al presbítero Antonio Gutiérrez en las clases de latinidad y filosofía que daba en Regina, sino que también se dedicó a enseñar a unos las matemáticas y a dar a otros lecciones de literatura.”
En la magnífica Reseña histórico-crítica de la poesía en Santo Domingo, publicada en 1892, suscrita por Salomé Ureña, Francisco Gregorio Billini, Federico Henríquez y Carvajal, J. Pantaleón Castillo y César N. Penson –escrita por éste—, hay esta sugestiva noticia de la obra educativa de Duarte:
“Los pocos libros que andaban en manos de los estudiosos, hacíalos venir de Barcelona anualmente, para todos sus amigos… Era el más severo, el más discreto, el de más prestancia, el más instruido y el más favorecido por la fortuna, el que sentía más los aleteos del patriotismo herido, y el único que estaba soñando con restauraciones de antiguas glorias y Patria Nueva… Duarte, que era según se ha dicho, el más instruido de todos, y el que más elevadas ideas modernizadas tenía, comenzó por enseñar matemáticas a sus compañeros, y otras ciencias, y esgrima y tiro con el fin de hacer de ellos más tarde los capitanes de su futuro ejército patriota.”
Al resultado de este fecundo magisterio también se refiere el bien informado Penson: “La revelación del pensamiento de Duarte, al cual se consagró entera esa generación, el nuevo y extraordinario calor que comunicaba a el alma tan grande propósito, visto a través de la ilusión juvenil, y aquel como culto caballeresco, religioso y un si es no es fanático a la patria futura, todo eso dio a esa generación un carácter austero y espartano, y la preparó a la lucha por el ideal y al vencimiento del derecho.”
Sabía Duarte que la enseñanza de las matemáticas, como disciplina mental y como elemento básico en las ciencias y las artes de la guerra, la guerra que ardía ya en su espíritu, era perentoriamente indispensable.
La afirmación de Del Monte de que Duarte, en su magna empresa, lo había previsto todo, tiene su confirmación en su persistencia en la enseñanza de las matemáticas, de donde tomó, con sus misterios y sus multiplicaciones infinitas, la mágica cifra de trinitario.
En el frontispicio de la humilde casa de Juan Isidro Pérez de la Paz, donde fundó la Trinitaria, –su magna escuela— Duarte habría podido escribir, como en la escuela del filósofo antiguo: Nadie entre aquí que no sepa matemáticas.
Loado sea el prócer que, en la creación de la República, puso las matemáticas por encima de las armas.
MS