Por Sergio Terrero-Antropólogo
Carlos Marx escribió que “si lo aparente coincidiera con lo real, la ciencia no tendría razón de existir”. Esta afirmación cobra especial relevancia en sociedades donde las ideologías condicionan nuestras percepciones: algunas abren paso a la justicia, otras encubren intereses particulares.
Mi primer acercamiento al Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (Isfodosu) estuvo teñido de preconcepciones. Sabía que era una universidad pública, producto de la transformación de un instituto superior, pero —como suele ocurrir con los imaginarios sociales— yo también la asociaba a un modelo intermedio entre la educación secundaria y la universitaria. Asumí, de forma equivocada, que sus oportunidades de desarrollo profesional y académico eran limitadas.
Hoy, tras casi un año de integrarme a su cuerpo docente, puedo afirmar con certeza que estaba equivocado. Isfodosu no solo cumple con los estándares de cualquier universidad moderna en su estructura, funcionamiento y oferta académica, sino que se ha convertido en un referente nacional en términos de calidad, eficiencia y compromiso con la formación docente.
Su modelo institucional, centrado en la mejora continua, debería inspirar a otras universidades, públicas y privadas, en un país donde urge transformar la educación superior para enfrentar los retos del siglo XXI.
En múltiples conversaciones con colegas, hemos coincidido en una verdad fundamental: Isfodosu no practica un discurso de calidad, lo encarna. Su apuesta por una gestión rigurosa y por procesos formativos actualizados no es retórica: es una política institucional sostenida. Esta coherencia, muchas veces silenciosa pero profundamente transformadora, merece visibilidad y reconocimiento.
Formar parte de esta institución me ha permitido redescubrir el verdadero potencial de la educación dominicana. Hoy, más que nunca, tengo razones para creer que es posible elevar el nivel académico de nuestras universidades.
Isfodosu es, sin duda, una prueba viviente de que sí se puede.
Honor a quien honor merece.
Sergio Terrero es profesor de antropología del ISFODOSU
ST/MS